La nueva estrategia de Estados Unidos: El enemigo interior y el despojo militarizado

Linea Territorio y despojo

El reciente viraje de la estrategia de Defensa de Estados Unidos, que hace hincapié en el enemigo interior y en la militarización de las sociedades y las relaciones internacionales, parece ser la respuesta tanto al irresistible ascenso de China como el modo de estirar la decadencia imperial. El mundo que sueñan las elites del Norte sólo puede ser sostenido con violencia extrema.

 

 

trum rey

Por: Raúl Zibechi

Cuando el presidente Donald Trump dijo ante 800 altos comandantes militares que el país está sufriendo una “invasión desde adentro” y que deberían usar las ciudades estadounidenses como “campos de entrenamiento” para atacar a los “enemigos internos”, estaba poniendo proa hacia una nueva estrategia, inédita para un país que se había propuesta contener a cualquier potencia en los más remotos rincones del planeta.

El medio politico.com destacó en un extenso análisis que “los funcionarios del Pentágono están proponiendo que el departamento priorice la protección de la patria y del hemisferio occidental, un cambio sorprendente respecto del mandato de años del ejército de centrarse en la amenaza de China” (Politico, 9-V–2’025). Alude a la más reciente Estrategia de Defensa Nacional que fue presentada al secretario de Defensa, Pete Hegseth, a comienzos de mayo.

En la mentada “asamblea” militar, Trump añadió que los periodista críticos “son gente cruel y tenemos que combatirla”, y los tildó de “sinvergüenzas”. Pero más allá del discurso inflamado y radical del presidente, lo que llama la atención es el viraje profundo que esto supone en una estrategia que durante más de una década se había mantenido incambiada, incluso durante su primera presidencia.

El enemigo interior, como arma de exportación

La apelación al enemigo interno no es novedosa, ni grave, si no fuera porque apuesta a que las ciudades gobernadas por demócratas sean laboratorios de represión y control social militarizado. Estas ciudades, hasta ahora, son Portland, San Francisco, Chicago, Nueva York y Los Ángeles, a las que considera “lugares muy inseguros”, por lo que “vamos a solucionarlos uno por uno”.

Sin embargo, la cuestión central para el 80 por ciento de la humanidad que habita el Sur Global, es cómo esa nueva estrategia se va a traducir en cada continente y en cada país. Para comprenderlo, deberíamos echar una mirada hacia otras políticas “internas” que terminaron por ser impuestas en el resto del mundo. Una de las más notables es la “guerra contra las drogas”.

Fue lanzada en 1969 por el presidente Richard Nixon en respuesta al masivo activismo juvenil contra la guerra de Vietnam y las injusticias internas. “Las leyes antidrogas estrictas, la aplicación dura y las medidas punitivas de enjuiciamiento permitieron suprimir y controlar la disidencia”, apunta Julia Buxton en su libro “La Política Económica de los Narcóticos”. Por supuesto no provocaron un descenso del consumo de drogas sino lo contrario: en 1960, según la DEA, 4 millones de estadounidenses había probado alguna droga, cifra que se elevó a 74 millones en 2008, según la periodista Dawn Paley.

Entre 1980 y 2005, la cantidad de personas encarceladas por cargos asociados a drogas trepó un increíble 1.100 por ciento, en su inmensa mayoría varones negros jóvenes. En Washington, por ejemplo, según la abogada Michelle Alexander, “tres de cada cuatro hombres negros jóvenes, de barrios pobres, pueden esperar ser llevados a prisión”. La autora del impresionante libro “El color de la justicia”, señala que “prácticamente todas las libertades civiles protegidas por la Constitución se han visto minadas por la guerra contra las drogas” (p. 106).

Lo que ahora nos interesa es visualizar cómo la guerra contra las drogas, desplegada inicialmente dentro de Estados Unidos, fue exportada al resto del mundo, y muy en particular a América Latina a través del Plan Colombia y luego la Iniciativa Mérida (México). En Capitalismo Antidrogas, Paley sostiene que no disminuyeron ni la producción ni la exportación de drogas, pero multiplicaron la violencia contra la sociedad civil el despojo territorial de los pueblos indígenas y negros, y modificaron las legislaciones y dinámicas económicas a favor de los grandes capitales en la minería, los hidrocarburos y la agroindustria.

A la hora de analizar las razones de fondo de la exportación de una guerra que sólo en México provocó, desde 2007, 150 mil desaparecidos y más de 300 mil asesinados, Paley sostiene que se buscada “la expansión capitalista hacia nuevos territorios y espacios sociales nuevos o previamente inaccesibles”. Entre los principales beneficiarios figura la banca estadounidense. Pero más allá de esto, “la guerra antidrogas es un remedio a largo plazo para los achaques del capitalismo”, conclusión a la que llega al observar que, junto a la violación sistemática de los derechos humanos y el pillaje de los bienes comunes, se implementan políticas que facilitan la inversión extranjera.

Luego de repasar lo sucedido en Colombia y en México, concluye: “Lo que se encubre tras esta guerra es una fase del imperialismo actual que tiene que ver con el despojo; es una forma de neocolonialismo que tiene que ver con la apropiación de tierra y territorios”. Sólo agregar que lo anterior fue escrito en 2018, cinco años antes de que comenzara el genocidio en Gaza, situación que de algún modo fue prefigurada por la “guerra contra las drogas”, que la autora define como “una guerra contra el pueblo”.

Militarismo, fase superior del despojo

Ni Trump está loco, ni sus seguidores son unos descerebrados. Algo similar puede decirse de Milei, de Bukele y de otros de su misma calaña. La militarización que propone en su propio país, ya está siendo largamente ensayada en buena parte del mundo. Ahí hay pocas novedades. Lo que no ha sido analizado en detalle, es cómo esa política militarista que tiene su mayor expresión en Medio Oriente, busca resolver el problema de la decadencia imperial de Washington, y cómo puede plasmarse en el Sur Global.

Uno de los problemas mayores que enfrenta la administración Trump es que China ha logrado cuatro resultados favorables: detuvo las exportaciones de tierras raras para contrarrestar la ofensiva arancelaria de Estados Unidos; utilizó el desfile del 3 de septiembre para plantarle cara al ejército estadounidense; distanció a la India de la órbita de Estados Unidos; y aumentó las exportaciones a terceros países, llevando el superávit comercial total a casi 600 mil millones de dólares en los primeros seis meses del año, incluso cuando las exportaciones a los Estados Unidos disminuyeron (Asia Times, 8-X-2025).

El ostensible fracaso de la política centrada en los aranceles parece estar en la base del viraje militarista, incluso en relación a Rusia, a pesar de la ambición de Trump de conseguir el Nobel de la Paz. Pero en el terreno militar también se presentan dificultades, ya que China emerge también como una potencia marítima y aérea con la cual será difícil competir.

Los cazas de cuarta generación siguen siendo la columna vertebral de la fuerza aérea contemporánea, según los analistas militares. Aunque Estados Unidos cuenta con un mayor numero de cazas que China, la brecha se está cerrando. De hecho ya cuenta con más de 300 cazas J.-20 de quinta generación, aunque el Pentágono tiene  800 F-22 y F-35 en servicio.

El informe del Instituto Mitchell de Estudios Aeroespaciales de septiembre de 2025, menciona que “la Fuerza Aérea de los Estados Unidos ahora sólo tiene 1.386 cazas, de los cuales 750 están aptos para el combate, lo que marca apenas un tercio de su fuerza de la Guerra Fría de 1987” (Asia Times, 7-X-2025). Pero el problema principal que enfrenta es que “la edad promedio de la flota de cazas es de 26 años y las tasas de capacidad de misión promedio son solo del 59 por ciento, dejando una fuerza que es más pequeña, más vieja y menos preparada que nunca”.

Por su parte, la Fuerza Aérea del Ejército Popular de Liberación y la Fuerza Aérea Naval del Ejército Popular de Liberación combinadas tienen 1.900 cazas, de los cuales 1.300 son aviones de cuarta generación. El citado informe asegura que desde la Guerra Fría, la Fuerza Aérea de los Estados Unidos ha perdido más de la mitad de sus aviones de combate y bases de entrenamiento debido a décadas de reducciones de fuerza, aviones insuficientes para entrenar a nuevos pilotos y agotamiento por constantes despliegues de alto ritmo. Peor aún, la Fuerza Aérea tiene un déficit crónico de más de mil pilotos de combate.

Por eso el almirante John Aquilino en una audiencia del Senado de los Estados Unidos en marzo de 2024, mencionó que China, “que ahora tiene la armada más grande del mundo, pronto podría tener la fuerza aérea más grande del mundo” (Asia Times, 7-X-2025). Lo anterior enseña que las opciones del Imperio se van reduciendo drásticamente.


La dislocación de Occidente y de Estados Unidos

Es probable que este profundo viraje de la estrategia de la principal potencia esté relacionado con lo que Emmanuel Todd escribe en el prefacio a la edición eslovena de su libro “La derrota de Occidente”. Algunos de sus puntos coinciden con los ya reseñado, en particular la cuestión de las tierras raras y el distanciamiento de India de Estados Unidos, que ahora puede agravarse si, como todo indica, Pakistán termina de alinearse con el Pentágono.

“Se acerca un punto de inflexión”, escribe Todd. Anota: la expansión de los BRICS, la cada vez mayor cercanía entre Xi Jinping y Putin, el creciente prestigio de Rusia en el mundo y la hostilidad, igualmente creciente a Estados Unidos e Israel por el genocidio. Va más lejos, en una afirmación polémica: dice que la retirada del Imperio de Ucrania tendrá más consecuencias dramáticas que las de Vietnam, Irak o Afganistán. “Esta es, de hecho, la primera derrota estratégica estadounidense a escala global, en un contexto de desindustrialización masiva del país”, mientras China se ha convertido en el taller del mundo.

Añade que la desdolarización está en marcha y que Estados Unidos no puede, a la vez, sostener los costos del Imperio y volver a ser una potencia productiva. Entre las tendencias al declive imperial, agrega que al no poder importar samario desde China, tierra rara esencial para la aeronáutica militar, “Estados Unidos ya no puede soñar con enfrentarse militarmente a China”. Sin embargo, enemigo de toda simplificación, Todd sostiene que la bajísima tasa de fertilidad de China le impedirá reemplazar a Estados Unidos en su papel de hegemón global. Aunque no lo dice, parece insinuar que caminamos hacia una inevitable multipolaridad.

Pero aquí aparece otro matiz. Europa está en graves problemas, toda vez que sus elites tomaron caminos que califica como suicidas. “La economía alemana está estancada. En Occidente, la pobreza y la desigualdad aumentan. El reino Unido está al borde del colapso. Francia le pisa los talones. Las sociedades y los sistemas políticos están paralizados”. Nada nuevo, nada exagerado a la vista de la deriva casi increíble del gobierno de Emmanuel Macron, escondido en el Eliseo, luego de la renuncia de su primer ministro al día siguiente de haber presentado su gabinete.

No es difícil aceptar que si “Estados Unidos está cediendo el control de Rusia, y cada vez más de China”, como sostiene Todd, cuyo análisis dice lo que Trump no puede pronunciar, es para evitar que el caos político en que van entrando las naciones europeas termine por apropiarse de Washington. Si el Imperio entrara en un período de caos, todo el sistema global entraría en crisis, y probablemente arrastrara al capitalismo a los infiernos. Ahí está la cuestión central que explica el viraje trumpista: la militarización de las sociedades para mantener status quo.

El análisis de Politico detalla: “El Pentágono ha activado miles de efectivos de la Guardia Nacional para apoyar a las fuerzas del orden en Los Ángeles y Washington, y ha enviado numerosos buques de guerra y aviones de combate F-35 al Caribe para interceptar el flujo de drogas hacia Estados Unidos”. La crisis con Venezuela se relaciona con el reposicionamiento en el patio trasero, del mismo modo que “el Pentágono también ha establecido una zona militarizada a lo largo de la frontera sur con México que permite a las tropas detener a civiles, una tarea normalmente reservada a las fuerzas del orden”. Mantener el orden interno en casa, en el patio trasero y en el conjunto del hemisferio occidental parece ser el camino.

El viraje respecto a la Estrategia de Defensa Nacional de 2018, elaborada durante el primer gobierno de Trump, que había colocado la disuasión a China en el primer plano de la política del Pentágono, enseña el enorme pragmatismo del equipo del presidente y, muy en particular, del deseo del vicepresidente JC Vance de “desvincular a Estados Unidos de sus compromisos internacionales”. La posible retirada de un aparente de los 80.000 soldados del Pentágono en Europa y al propósito de que cada país haga lo posible por asumir mayores responsabilidades en la defensa propia, está atada a la propuesta de que Estados Unidos “consolide sus esfuerzos en el ámbito nacional”, explica Politico.

Todos los historiadores coinciden en que los grandes imperios cayeron desde dentro, por disturbios o por la falta de capacidad para resolver sus problemas. El fantasma de la guerra civil sobrevuela Estados Unidos. Trump amenaza activar la " Ley de Insurrección ", que le otorga el derecho a usar la fuerza. Algunos analistas sostienen que hay una tendencia a la disgregación interna en Estados Unidos, con estados del norte, muy próximos a Canadá, que mantienen tendencias hacia la secesión y al apego a su vecino del norte. A la vez, la migración de cerebros científicos, algo inédito en el país, y una caída abrupta del turismo de entre un 30 al 40 por ciento, son algunas de las muestras de esta tendencia.

“El Imperio es vasto y se desmorona entre el ruido y la furia”, escribe Todd. Considera que la política del “repliegue a la su esfera de dominación inmediata (Europea e Israel” es la más racional, pero aparece junto a “impulsos nihilistas que favorecen la guerra”. Lo más serio, empero, es que por vez primera el deterioro no se circunscribe ni a sanciones del tercer mundo (hoy Sur Global) ni a sólo a sus aliados. “Un número creciente de angloamericanos hablan del advenimiento de una guerra civil”. Trump intenta estar a la altura, aunque no hace más que impulsar la conflagración.

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