Retorno al origen. En ciertos rituales funerarios de tiempos remotos los muertos eran colocados en posición fetal, por ejemplo se han encontrado restos de neardentales sepultados de esa manera con la cabeza apuntando hacia el Oeste y los pies hacia el Este, algunas hipótesis antropológicas sostienen que esa disposición del cadáver estaba relacionada con la creencia en el renacimiento del muerto. La civilización burguesa a medida que avanza su senilidad parece reiterar esos ritos, preparándose para el desenlace final apunta la cabeza hacia su origen occidental y va acomodando el cuerpo degradado buscando recuperar las formas prenatales intentando tal vez así conseguir una vitalidad irremediablemente perdida.
La decadencia del mundo burgués imita en cierto modo a su origen pero no lo hace a partir de un protagonista joven sino decrépito y en un contexto completamente diferente: el de la gestación era un planeta rico en recursos humanos y naturales disponibles, virgen desde el punto de vista de los apetitos capitalistas, el actual es un contexto saturado de capitalismo, con fuertes espacios resistentes o poco manejables en la periferia, con numerosos recursos naturales decisivos en rápido agotamiento y un medio ambiente global desquiciado.
Fin de ciclo. Decadencia: del capitalismo industrial al parasitismo.
Toda la historia del capitalismo está atravesada por numerosas crisis de corta, mediana y larga duración, de gestación, de nacimiento, de crecimiento, de madurez, de decadencia, sectorial, plurisectorial, general etc. La actual coyuntura global suele ser descripta empleando el término crisis (del neoliberalismo, financiera, sistémica, del capitalismo, de civilización...), ¿se trata realmente de una crisis o de algo más?. ¿Nos encontramos ante una turbulencia devastadora o no tan truculenta pero anunciadora de un nuevo orden mundial capitalista, es decir de una regeneración sistémica o bien del canto del cisne de una civilización caduca?, en el primer caso correspondería hablar de crisis de reconversión, de destrucción creadora en el sentido shumpeteriano, en el segundo podría en principio alcanzar con una sola palabra: decadencia.
Los conceptos de crisis y decadencia son ambiguos, su uso no resuelve completamente los interrogantes que plantea la descripción de la realidad actual. Por lo general hablamos de crisis cuando nos enfrentamos a una turbulencia o perturbación importante del sistema social, el concepto de decadencia suele ser asociado a la idea de irreversibilidad, de trayectoria ineludible, de camino más o menos lento, accidentado o calmo hacia la extinción, hacia el final. Sin embargo la historia muestra tanto largos procesos de declinación que culminan con el fin de una sociedad o una civilización como fenómenos visualizados como decadencias pero que en algún momento se convierten en renacimiento, en inicio de una segunda juventud. Sobre todo durante ciertos períodos de transición cultural donde se combina lo viejo declinante pero todavía hegemónico con lo nuevo ascendente aunque soportando derrotas, fracasos propios de las experiencias demasiado jóvenes, demasiado dependientes del “sentido común” establecido por las antiguas verdades capaces de sobrevivir durante mucho tiempo a su creciente divorcio con la realidad.
Muchas veces una crisis prolongada atravesada por turbulencias que se van sucediendo unas tras otras conformando una continuidad de calamidades aparece como un mundo que se derrumba cuando puede llegar a ser el taller de forja de una nueva era. La llamada “larga crisis del siglo XVII” que afectó a Europa y que se fue convirtiendo gradualmente en la base de lanzamiento planetario de la modernidad occidental fue vista por buena parte de sus contemporáneos más lúcidos como una época de desastres y decadencia universal.
Esa visión se prolongó hasta bien entrado el siglo XVIII cuando la emergencia del iluminismo, de la ideología del progreso, del culto a la Razón, se combinaron en las elites de Occidente con el fantasma de la decadencia, simbolizada por la declinación del imperio romano. En 1734 Montesquieu publicada sus “Consideraciones acerca de las causas de la grandeza y decadencia de los romanos” y curiosamente en 1776 en la Inglaterra donde comenzaba a abrirse paso la Revolución Industrial mientras Adam Smith publicada la primera edición de “La riqueza de las naciones” estableciendo las bases teóricas del capitalismo liberal naciente, marcando el avance optimista del racionalismo burgués, Edward Gibbon publicaba la primera edición de su “Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano” engrosando el espacio de las visiones pesimistas de las elites tradicionales de Europa angustiadas por la declinación del universo cultural e institucional de las aristocracias.
No está de más recordar lo que podríamos calificar como obsesión y nostalgia plurisecular recurrente de la cultura occidental en torno de la grandeza de la Roma imperial, de su durable “pax romana” o dominación “universal” (del “universo” colonial posible en esa época con centro en el Mar Mediterráneo). Desde la tentativa de restauración del imperio varios siglos después de su derrumbe con la proclamación en Roma de Carlomagno en el año 800 (y en consecuencia del extinto Imperio Romano de Occidente), siguiendo con el Sacro Imperio Romano Germánico (el “Primer Reich”) en el siglo posterior, llegando a los delirios imperiales-romanos del emperador Napoleón, continuando con el Kaiserreich (“Kaiser” derivado del Caesar romano) o “Segundo Reich” de Alemania desde 1871 radicalizado luego por Hitler como “Tercer Reich”, la Italia fascista proclamada por Mussolini como Tercera Roma (la “Terza Roma” heredera de la Roma Imperial y de la Roma Papal) y por supuesto falangistas, nazis y fascistas saludando con el brazo en alto, el saludo romano imperial, para llegar finalmente (por ahora) a las elucubraciones durante la década pasada acerca de la Pax Americana imaginada por los halcones de George W. Bush como una suerte de reedición a escala planetaria del Imperio Romano tal como lo plantearon en su momento textos influyentes en el primer círculo del poder de los Estados Unidos por autores como Robert Kaplan (1).